4.1.06

El Caos I, el comienzo

Desencuentros El Caos forma parte de nuestras vidas como si de lo más normal se tratara. Nos acompaña, en ocasiones nos controla, y hace de nosotros seres predecibles, débiles y también decadentes.

Todo empezó como empiezan todas las historias, con una anécdota de desencuentros, de casualidades, que uno no sabe si son simples casualidades o es que estaba predestinada la situación. El destino puede ser tan ruin que descoloca a las personas más cuerdas y le hacen ser partícipe, actor protagonista con papel de Oscar, a una de las vidas más miserables y fictícias, aunque parezcan tan reales que dan ganas de salir corriendo y no parar nunca. Bueno, siempre se ha dicho que lo complicado, y muchos se maravillan y observan absortos a escritores, es inventar una historia, inventar un mundo, parecido a la realidad o completamente distinto, unos personajes y darles vida. Un escritor no es eso, no inventa, tan solo, disfraza.
Uno escribe siempre sobre lo que ve, lo que oye, lo que siente y sobre todo sobre lo que vive y ha vivido. Un libro esta lleno de experiencias vivas, por eso nos parecen tan reales. Malos, buenos, ¡qué importa!. Yo soy mis personajes, lo que me gustaría ser y soy, lo que siento y me gustaría sentir, todo a la vez, tanto que a veces esos personajes pueden ser capaces de lo mejor o de lo peor, es decir, mi viva imagen. Y luego se coge un mundo, ciudades, barrios, calles, que son las mismas en las que vives, hasta que no sabes si vives en tu personaje o en la realidad. Es para volverse loco. Entonces, después de crearles un pasado, reconozco que me encantan los pasados turbios, les haces vivir situaciones, cotidianas, anormales, sencillas y de algún modo repentinas visitas, miedos, conflictos. A nadie le gusta una vida sencilla, tiene que tener gancho.
Da igual que Rosa sea una maravillosa madre, una esposa perfecta, siempre habrá algo que la atormente, una infidelidad, un hecho del pasado, una situación futura que le cambia la vida, y su modesta y confortable vida se va al garete o por el contrario se convierte en un cúmulo de experiencias que su marido nunca le había hecho vivir por que es impotente o un desastre en la cama. Y es ahí donde entra uno mismo, ya que uno es parte de eso. Que resulta “de que”, (siempre utilizo esa expresión) recalcándolo es cierto, por la razón de que (y van dos) una vez me hizo gracia y ahora no hay quien me lo quite.
Pues eso, que un día te pasó una experiencia inolvidable, una anécdota, un viaje fortuito, algo que escapa de la existencia austera, pura y dura del hombre de a pie, por que seamos sinceros, sólo el hombre de a pie, ese que malvive como aquél que dice, ese que va al trabajo todos los santos días, y digo santos por que la paciencia la tuvo un santo, y para ir a trabajar todo los días hay que tener mucha paciencia. Este hombre siempre vivirá unas experiencias más puras, profundas y vivificantes que ese que se mueve entre billetes y va de un lado para otro del planeta como si fuese suyo. Porque el hombre de a pie cuando viaja es un acontecimiento, ya puede irse a la sierra o a la cochinchina que siempre le pasará algo, el peor viaje de su vida, se han visto casos en los que ha sido un viaje inolvidable. Y todo viene de ser un tipo corriente.

Si hablamos del amor siempre es algo prohibido, es malo, un tabú, no debe funcionar, hay que hacer lo posible para que salga mal, que se vaya de viaje inesperadamente, que lo dejen, le pongan los cuernos, que acaben con su vida, incluso con la de los dos, por que a nadie le interesa un final feliz, “¡oh!, ¡Qué bien!, al final acaban juntos, ¡qué feliz soy por ellos y por mi!". ¡MENTIRA!. Los finales bonitos sólo aparecen en las películas ñoñas en las que todo el mundo llora de felicidad, para luego salir a la burda y absurda realidad y te das cuenta de que (y van tres) todo es una falacia que no tiene ni pies ni cabeza y que nunca en tu vida te pasará algo así. A mí no me pasa. Creo que esto se vuelve demasiado personal. Entonces debo ser un buen escritor.

Nunca se debe ser previsible. A mitad de lectura, si sabemos el final sólo encantará a aquellas personas que se las dan de inteligentes, intuitivas, tan perspicaces, que sinceramente dan nauseas, por que hasta el más incauto podría adivinarlo. Ese final impactante, que te deja un sabor raro, entre dulce y amargo, desconcertante, con miles de pensamientos rondando por tu cabeza, sin pensar en otra cosa, te atrapa. Eso es un gran final, no sabes si reír o llorar, si destrozar el libro por que te das cuenta de que( empiezo a cansarme) tu vida no tiene sentido, evocas a los dioses, mentas a la madre que te parió por traerte a este mundo infecto y por vivir una existencia tan amarga que sería mejor dejarlo todo e irse a meditar al Nepal, o coges el libro lo pones en un lugar apartado de tu biblioteca con unas velitas como si fuese el Santo Grial, la Biblia o a partir de ese momento tu religión y el personaje tu dios, ansias ser como él y eres capaz de cambiar tu vida para que se parezca lo más posible a la suya (imposible, no eres el protagonista).

Nunca describir hasta la saciedad. Resulta aburrida tanta exageración y exaltación de las virtudes de un personaje en apenas unas hojas. Llega un momento en que llegas a olvidar la propia historia. Para describir hay que tener un talento innato, no vale con decir: Luis tenía unos grandes ojos verdes, manos delgadas y el pelo lacio. Le gustaba comer de pie, siempre en la cocina, su lugar preferido, con prisas, casi atragantándose,... y seguir hasta la saciedad. Hemingway si sabía describir. Ponía olores, sabores a sus sentidos, a sus experiencias, no importaba lo largas que fuesen, eran como saborear un momento, exquisito para el paladar, extasiaba. Hay que utilizar un poco de lirismo, de sentido, dejarse llevar por una sensación y describirla pura, como nos llega. Y es que al igual que la poesía, un libro puede hablarnos de cosas sencillas, puede ser extremadamente corto, pero dejarnos un buen sabor, que un libro por que tenga trescientas páginas no significa que sea una magnifica obra de arte, si un buen apoyo para esa pata coja que tanto nos incomoda.