El Caos I, el comienzo
Todo empezó como empiezan todas las historias, con una anécdota de desencuentros, de casualidades, que uno no sabe si son simples casualidades o es que estaba predestinada la situación. El destino puede ser tan ruin que descoloca a las personas más cuerdas y le hacen ser partícipe, actor protagonista con papel de Oscar, a una de las vidas más miserables y fictícias, aunque parezcan tan reales que dan ganas de salir corriendo y no parar nunca. Bueno, siempre se ha dicho que lo complicado, y muchos se maravillan y observan absortos a escritores, es inventar una historia, inventar un mundo, parecido a la realidad o completamente distinto, unos personajes y darles vida. Un escritor no es eso, no inventa, tan solo, disfraza.
Si hablamos del amor siempre es algo prohibido, es malo, un tabú, no debe funcionar, hay que hacer lo posible para que salga mal, que se vaya de viaje inesperadamente, que lo dejen, le pongan los cuernos, que acaben con su vida, incluso con la de los dos, por que a nadie le interesa un final feliz, “¡oh!, ¡Qué bien!, al final acaban juntos, ¡qué feliz soy por ellos y por mi!". ¡MENTIRA!. Los finales bonitos sólo aparecen en las películas ñoñas en las que todo el mundo llora de felicidad, para luego salir a la burda y absurda realidad y te das cuenta de que (y van tres) todo es una falacia que no tiene ni pies ni cabeza y que nunca en tu vida te pasará algo así. A mí no me pasa. Creo que esto se vuelve demasiado personal. Entonces debo ser un buen escritor.
Nunca se debe ser previsible. A mitad de lectura, si sabemos el final sólo encantará a aquellas personas que se las dan de inteligentes, intuitivas, tan perspicaces, que sinceramente dan nauseas, por que hasta el más incauto podría adivinarlo. Ese final impactante, que te deja un sabor raro, entre dulce y amargo, desconcertante, con miles de pensamientos rondando por tu cabeza, sin pensar en otra cosa, te atrapa. Eso es un gran final, no sabes si reír o llorar, si destrozar el libro por que te das cuenta de que( empiezo a cansarme) tu vida no tiene sentido, evocas a los dioses, mentas a la madre que te parió por traerte a este mundo infecto y por vivir una existencia tan amarga que sería mejor dejarlo todo e irse a meditar al Nepal, o coges el libro lo pones en un lugar apartado de tu biblioteca con unas velitas como si fuese el Santo Grial, la Biblia o a partir de ese momento tu religión y el personaje tu dios, ansias ser como él y eres capaz de cambiar tu vida para que se parezca lo más posible a la suya (imposible, no eres el protagonista).
Nunca describir hasta la saciedad. Resulta aburrida tanta exageración y exaltación de las virtudes de un personaje en apenas unas hojas. Llega un momento en que llegas a olvidar la propia historia. Para describir hay que tener un talento innato, no vale con decir: Luis tenía unos grandes ojos verdes, manos delgadas y el pelo lacio. Le gustaba comer de pie, siempre en la cocina, su lugar preferido, con prisas, casi atragantándose,... y seguir hasta la saciedad. Hemingway si sabía describir. Ponía olores, sabores a sus sentidos, a sus experiencias, no importaba lo largas que fuesen, eran como saborear un momento, exquisito para el paladar, extasiaba. Hay que utilizar un poco de lirismo, de sentido, dejarse llevar por una sensación y describirla pura, como nos llega. Y es que al igual que la poesía, un libro puede hablarnos de cosas sencillas, puede ser extremadamente corto, pero dejarnos un buen sabor, que un libro por que tenga trescientas páginas no significa que sea una magnifica obra de arte, si un buen apoyo para esa pata coja que tanto nos incomoda.
1 Comments:
Guau yo soy mala con las letras mi palabras las escribo con imagenes , un besote
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