29.7.06

El Caos XXVIII: Terror atómico

Tu vida transcurre a veinticuatro fotogramas por segundo y los ojos se te secan. Se han convertido en una sustancia endurecida, podrida y yerta. Mas aún conservas tu vista. Observas que el ciclo, las vidas, las personas, los rostros, las situaciones se repiten, y tus sueños jamás se cumplirán. Pasó el tiempo de sentarte a pensar qué será de tu futuro. Al fin has descubierto que acabarás como el resto.

Una bola de fuego vuela hacia ti. Tienes todavía unas moribundas milésimas de segundo para que discurran tus pensamientos. Pensabas ir a la metrópolis. Serías un gran arquitecto. Ganarías dinero, darías de comer a tus padres y hermanos y crearías tu propia familia. Eras un gran estudiante. Un joven con sueños banales, humanos, perecederos, trascendentales para ti y otros millones de insignificantes seres. Suficientes para dar felicidad a ti y a los tuyos. A esa mujer que te dio la vida.

A esa mujer, a esos hermanos, a ese hombre, cuyas tripas revientan ante tus ojos entre los látigos de fuego. No hay sonido. Tus oídos no quieren dejarlo penetrar. Es demasiado horrible y terrorífico.
Miles de fantasmas en tan sólo un segundo
. Flotas. Tu cuerpo vuela contra la pared. Se viene abajo.
Tu corazón todavía late, aunque ya no alberga esperanzas. Se acaba. La vida se muere. Velocidad, silencio, estruendo, tiempo que se detiene. Te mueres.

La ciudad se ha convertido en un amasijo de hierros y cenizas. De piedra y huesos. De carne quemada y vidas segadas. Los brazos, piernas, estómagos y cabezas han caído por doquier de forma aleatoria. Hay un niño incinerado sobre una farola que se ha derribado sobre un coche con dos esqueletos descabezados.
Los últimos resquicios de vida asoman a las ruinas. Mutilados, infestados, muertos en vida. Observan el caos. La masa inerte formada bajo el hongo gigante. Los tentáculos de hierro se aplastan entre ellos.
La confusión, la materia descompuesta, lo que tuvo sentido se ha convertido en cosas.
Cosas indefinidas, confusas, entre la niebla, la nube de polvo. Las líneas se desdibujan.
Lo que fue ha dejado de ser. Ya no hay ser, ni sustancia, ni esencia, sólo materia. Se ha completado el círculo.

La gran explosión. El caos. Las cosas estaban confusas, sin sentido ni por qué, en un estado llamado caos. Antes de que un ser llamado Dios les diera sentido y creara lo que es, lo que existe. Y llegó la existencia. El todo que el hombre atómico exterminó, reventó bajó la gran y hermosa seta que creó una pequeña parcela de caos en el universo, unos kilómetros de exterminio, completando y emergiendo para siempre el círculo de creación y destrucción.

Dos jóvenes en un instituto de Columbine sacan unos rifles y disparan a sus compañeros, profesores y a todos los que se cruzan en su camino. Los gritos corren por los pasillos anticipándose a los pasos despavoridos de unos jóvenes histéricos que huyen del sonido de la pólvora, sorteando la sangre y los cuerpos de sus amigos de toda la vida esparcidos por el suelo. Unos segundos sin respuestas, sin sentido, sólo con muerte y un puñado de fiambres. ¿Eso es el caos? No lo es. Todo tiene sentido, cada reacción, cada mirada, cada temblor y escalofrío. Nadie sabía que reaccionaría de una determinada manera, pero todo tiene una explicación. Incluso los asesinos estudiaron las mejores posiciones para abrir fuego.

El caos es un concepto tan difícilmente concebible como el infinito, la nada o la muerte. Cualquiera que lo medite puede llegar a la conclusión de que sólo se puede atribuir el caos al ser humano. En la naturaleza todo se rige por leyes, físicas, químicas y matemáticas. Una rama de un árbol se derrumba sin más y mata a un hombre que dormía debajo. No es caos, son leyes físicas. Son probabilidades, estadísticas, la ley de gravedad estirando de la rama carcomida. Ningún animal actúa de forma sorprendente e inexplicable, la mayoría de sus conductas son innatas, no aprendidas. ¿Existe el caos entonces? En la naturaleza desde luego parece que no.

¿Qué es el Caos? Dícese del estado de confusión en que estaban las cosas antes de que Dios les diera sentido para la creación. En Grecia es el desorden.

Abel Bri