1.4.06

El Caos VI: La mariposa


No sé qué me indujo a ir allí, qué me indujo a subir aquella escarpada cima. Solo sé que debía estar en aquel lugar, en ese momento. Quizás fue una llamada de la naturaleza que con su salvaje grito me obligaba a trepar, deprisa, más rápido, sin descanso. Y lo hice. Mi pecho ardía, mi corazón latía con fuerza como si quisiese escapar de mi cuerpo. Y entonces ocurrió algo inesperado, una pequeña mariposa de negras alas moteadas de un cálido amarillo salió a mi paso.

En ese instante no le di importancia, pero en el siguiente recodo del camino me la volví a encontrar. Era curioso, su revoloteo era incesante, volaba con una cadencia un tanto mágica, inusual. Paré entonces para observar al animalillo y para mi sorpresa se detuvo, se poso en una piedra. Cuando yo procedí a continuar mi marcha se puso en vuelo, se adentró entre los árboles, desapareció de mi vista. Cual sería mi sorpresa cuando en el siguiente recodo volvió a salir a mi paso. Movido por extraños impulsos le hablé.

Le comenté mi intención de retratar su forma. Aquello empezaba a tornarse demencial, yo hablando con una mariposa y pidiéndole permiso para eternizarla. Ella, al menos ajena a mis intenciones, comenzó a revolotear a mi alrededor hasta que detuvo su vuelo en el suelo, a un paso de mi. Saqué mi cámara y le puse tan cerca el objetivo que podía reconocer cada una de sus partes, la perfección de sus alas. Sólo entonces, cuando hube guardado mi cámara, sólo entonces, alzó su vuelo de nuevo, volvió a seguirme como un guía, señalándome el camino. Y no dejé de hablarle entonces, continué mi charla, aunque los excursionistas pasasen a mi lado, no importaba.

Me tocó el lado espiritual de tal forma que vi aquella ascensión como una prueba, un reto, un aprendizaje al conocimiento de mi alma y mi persona. Quería llegar arriba lo antes posible, alcanzar la cima. Me sentía vivo, repleto de fuerzas. Cerca del final habitaban los reyes, los dioses del cielo, su terreno pisaba debía tener cuidado y no lo tuve, los subestimé, invadí su espacio sin permiso, sin una invitación y casi lo pagué caro. Se abalanzaron sobre mí, con sus leyes, con sus reglas, advirtiendo al extraño del peligro que acecha la cima del conocimiento, de la aventura del alma, de saber demasiado.

Y no, no estaba preparado para ver la realidad, para hablarle a mi alma de tu a tu. Y si, huí, por sus advertencias, porque era demasiado pronto, porque necesitaba estar preparado para la verdad y quizá fue mejor así. Entre en la cueva de Platón para salir por su otro extremo, vencido, humillado tal vez, o simplemente concienciado de la prueba tan dura a la que estaba expuesto. Y sí, volví a hablar con la mariposa que a mi vuelta salió a buscarme, como un perrillo dispuesto a curar mis heridas, las del corazón, a animarme a una segunda ascensión esta vez preparado, dispuesto, atento a las señales, fuerte, sin miedo a que mis ojos vislumbrasen la verdad, a aceptarla tal como es.

Y allí, desde el abismo que me animaba a caer en sus brazos, entre aquellas malditas rocas en las que probablemente habría encontrado mi fin, o mi salvación, comprendí que algunos no estamos preparados para ver esa verdad, llamémosla como queramos, que aún no es tarde para retomar el camino. Y me sentí como aquellos héroes clásicos, como Jasón, como Ulises, como Hércules y sus doce pruebas, sólo que yo fallé, desprovisto de armas, novato en esas lides me sentí más como un Quijote español, entre fantasmas, entre visiones, quizá por eso ellos son griegos y yo no. Pero no cejaré en el intento, volveré, más curtido, más sabio y preparado, para hacerle frente a esos reyes, a esos dioses que me negaron el paso, a los miedos y a los males que guarden, que me esperen detrás, volveré como un hombre, sintiendo el vacío bajo mis pies y el viento que con furia golpeará mi rostro, tratándome de hacer caer o desfallecer en el intento.

Mi conclusión fue la siguiente, que si bien el Caos que ocupa nuestras vidas, que ocupa mi vida, nos mantiene bajo esa montaña, alejados de la verdad, atentando contra nuestra cordura y ocultándonos la realidad, yo en mi afán de escapar de la locura, quise encontrar un camino que me exiliase de este lugar. Más si la verdad que se oculta en aquella cima es que realmente mi demencia es y el caos no existe más que en mi imaginación y mi mente alterada por la posibilidad de vivir un sueño, una pesadilla de la que me es imposible despertar, y con estas palabras en parte demuestro porque ni yo mismo sé que estoy contando o diciendo, entonces la verdad es que estoy loco, perdí la razón hace tiempo, por mi mismo, por situaciones adversas, ajenas o colindantes a mi existencia, por alguien en concreto.

Entonces, y repito mucho esto porque no se me ocurre otro sinónimo alternativo, cosa que evidencia más mi locura, cuando llegue a aquella cima, caso de que descubra que no hay nada más que roca, y un extenso paraje a mi alrededor, no me sorprenderá demasiado descubrir que mi demencia es cierta, que todo es producto de una mente enferma, maldita y poseída por quién sabe qué. Sólo restará una cosa, saltar al vacío, volar hacia el abismo y destrozarme contra las rocas para así devolver mi alma y descansar mi corazón.

ALEA JACTA EST. SIC.